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Esta es la segunda parte del Dhammapada. Si aún no lo has hecho, puedes comenzar desde la primera parte aquí, o seguir hacia la tercera parte aquí.

Sabiduría Atemporal del Buda – Dhammapada (Parte 2 de 3)

En esta segunda parte del Dhammapada, la voz del Buda se vuelve aún más íntima y directa. Los versos 179 al 305, que comprenden los capítulos 14 al 21 del texto, exploran con claridad y profundidad temas esenciales para cualquier practicante: la figura del Buda como guía, la verdadera naturaleza de la felicidad, el valor del desapego, la dificultad de vencer la ira, y la importancia de purificar el corazón para avanzar en el camino espiritual.

A través de imágenes sencillas y metáforas vivas, estos versos nos hablan de actos cotidianos, errores comunes y anhelos profundos. Nos enseñan que el despertar no está reservado a unos pocos, sino que puede florecer en quien se esfuerza con sinceridad, humildad y discernimiento.

Cada verso es como una chispa: ilumina, sacude o da calma. Nos invita a cuestionar nuestras reacciones, examinar nuestros afectos y comprender que el camino justo no se mide por palabras, sino por actos silenciosos.

Una lectura ideal para quienes desean detenerse y mirar hacia dentro, con valentía y compasión.


“La paz no se conquista, se cultiva.
La sabiduría no se impone, se descubre.
La liberación no es una meta lejana, sino una forma de caminar el presente.”
-Dhammapada

El Dhammapada | Versos 179-305)..

CATORCE – El Buda

La victoria del Buda no puede deshacerse;

nadie en el mundo puede alcanzarla.

¿Por qué sendero guiarías

a quien no tiene sendero,

aquel cuya esfera es infinita?

(179)

El Buda no tiene un deseo que lo atrape,

ningún anhelo que lo enrede y lo dirija.

¿Por qué sendero guiarías

a quien no tiene sendero,

aquel cuya esfera es infinita?

(180)

Incluso los dioses envidian

a los despiertos,

a los atentos,

a los sabios

que se entregan a la meditación

y se deleitan en la paz del desapego.

(181)

Difícil es nacer humano;

difícil es vivir como mortal;

difícil es escuchar el verdadero Dharma;

difícil es el surgimiento de un Buda.

(182)

No hacer el mal,

cultivar lo que es hábil,

y purificar la mente:

esta es la enseñanza de los Budas.

(183)

La paciencia es la mayor de las austeridades.

Los Budas dicen que el Nirvana es supremo.

Quien daña a otros no es un renunciante;

quien hiere a otro no es un contemplativo.

(184)

No menospreciar, no dañar,

vivir según las reglas del renunciante,

ser moderado al comer,

habitar en soledad,

y cultivar los estados elevados de la mente:

esta es la enseñanza de los Budas.

(185)

Ni con lluvias de monedas de oro

se sacia el deseo sensorial.

El sabio, sabiendo que el deseo es sufrimiento

y que ofrece poco gozo,

no se deleita

ni siquiera en los placeres celestiales.

Quien se alegra en el fin del deseo

es discípulo del Totalmente Despierto.

(186–187)

Afligidos por el miedo,

los seres buscan muchos refugios:

montañas, bosques,

parques, árboles y santuarios.

Pero ninguno de estos es un refugio seguro;

ninguno es un refugio supremo.

No se alcanza la liberación del sufrimiento

refugiándose en ellos.

(188–189)

Pero quien toma refugio

en el Buda, el Dhamma y la Sangha,

y con visión clara contempla

las Cuatro Nobles Verdades:

el sufrimiento,

el origen del sufrimiento,

el cese del sufrimiento,

y el Sendero Óctuple

que conduce al fin del sufrimiento,

ese ha encontrado el refugio seguro,

el refugio supremo.

Tomando ese refugio,

se libera de todo sufrimiento.

(190–192)

Difícil es encontrar a una persona noble;

no nace en cualquier parte.

Cuando nace un sabio así,

su familia florece en dicha.

(193)

Feliz es el surgimiento de un Buda;

feliz es la enseñanza del verdadero Dhamma;

feliz es la armonía de la Sangha;

feliz es la práctica diligente de los que están en armonía.

(194)

El mérito de honrar a los dignos de honra,

ya sean Budas o discípulos,

que han superado la confusión de la mente,

trascendido la pena y el pesar,

alcanzado la paz,

y ya no temen,

no puede medirse ni calcularse.

(195–196)

QUINCE – La Felicidad

¡Ah, qué felices vivimos,

sin odio entre los que odian!

Entre personas que odian,

vivimos sin odio.

(197)

¡Ah, qué felices vivimos,

sin aflicción entre los afligidos!

Entre personas afligidas,

vivimos sin aflicción.

(198)

¡Ah, qué felices vivimos,

sin ambición entre los ambiciosos!

Entre personas ambiciosas,

vivimos sin ambición.

(199)

¡Ah, qué felices vivimos,

nosotros que no tenemos apegos!

Nos alimentamos de alegría,

como los dioses Radiantes.

(200)

La victoria da lugar al odio;

los vencidos duermen con angustia.

Renunciando tanto a la victoria como a la derrota,

quienes alcanzan la paz duermen felices.

(201)

No hay fuego como el deseo,

ni desgracia como el odio,

ni sufrimiento como los agregados,

ni dicha mayor que la paz.

(202)

El hambre es la peor enfermedad;

los saṅkhāras, el mayor sufrimiento.

Quien ve esto tal como es,

reconoce que el Nirvana es la mayor felicidad.

(203)

La salud es la mayor posesión,

el contento, la mayor riqueza,

la confianza, el mejor parentesco,

y el Nirvana, la suprema felicidad.

(204)

Saboreando el gusto

de la soledad y la paz,

uno se libera del mal y del sufrimiento,

bebiendo el sabor del gozo del Dhamma.

(205)

Es bueno ver a los nobles;

su compañía es siempre grata.

Estar lejos de los necios

trae constante felicidad.

(206)

Quien se junta con los necios

sufrirá por largo tiempo.

Vivir con necios es doloroso,

como vivir con enemigos.

Vivir con sabios es gozoso,

como estar entre familiares queridos.

(207)

Por eso:

Sigue a una persona buena e inteligente,

sabia, perspicaz, instruida,

comprometida con la virtud, diligente y noble,

como la luna sigue el curso de las estrellas.

(208)

DIECISÉIS

Lo Querido

Practicar lo que no se debe,

y no practicar lo que sí se debe,

habiendo abandonado el verdadero propósito

y aferrándose a lo querido,

uno acaba envidiando a quienes sí practican.

(209)

No te enredes

ni con lo que deseas ni con lo que detestas.

No ver lo que se desea es sufrimiento;

y también lo es ver lo que se detesta.

(210)

Por eso, no conviertas nada

en objeto de deseo,

pues perder lo deseado es doloroso.

Sin deseo ni aversión,

no existen ataduras.

(211)

El anhelo da lugar al pesar;

el anhelo da lugar al miedo.

Para quien se libera del anhelo

no hay pesar;

¿y de dónde podría surgir el miedo?

(212)

El afecto da lugar al pesar;

el afecto da lugar al miedo.

Para quien se libera del afecto

no hay pesar;

¿y de dónde podría surgir el miedo?

(213)

El encaprichamiento da lugar al pesar;

el encaprichamiento da lugar al miedo.

Para quien se libera del encaprichamiento

no hay pesar;

¿y de dónde podría surgir el miedo?

(214)

El deseo sensual da lugar al pesar;

el deseo sensual da lugar al miedo.

Para quien se libera del deseo sensual

no hay pesar;

¿y de dónde podría surgir el miedo?

(215)

El anhelo da lugar al pesar;

el anhelo da lugar al miedo.

Para quien se libera del anhelo

no hay pesar;

¿y de dónde podría surgir el miedo?

(216)

La gente aprecia

a quienes han hecho su trabajo,

completos en virtud y visión,

arraigados en el Dhamma

y que hablan con verdad.

(217)

A quien aspira a lo Innombrable,

de mente expansiva,

y cuyo corazón no está atado al deseo sensual,

se le llama “quien navega contracorriente.”

(218)

Parientes, amigos y compañeros

se alegran

cuando una persona muy querida

vuelve tras una larga ausencia.

Del mismo modo, al pasar de este mundo al siguiente,

el mérito que hemos acumulado

nos recibe,

como una familia a un ser amado que regresa.

(219–220)

DIECISIETE

La Ira

Renuncia a la ira, renuncia al orgullo,

trasciende toda atadura.

No hay sufrimiento para quien no posee nada,

para quien no se aferra al cuerpo y la mente.

(221)

A quien contiene la ira en cuanto surge,

como se detiene un carro desbocado,

yo lo llamo un buen auriga.

Los demás sólo sostienen las riendas.

(222)

Vence la ira con no-ira;

vence la maldad con bondad;

vence la avaricia con generosidad,

y al mentiroso con la verdad.

(223)

Quien dice la verdad,

no se enfurece,

y da cuando se le pide, aunque tenga poco,

llega a estar en presencia de los dioses.

(224)

Los sabios que no dañan,

siempre contenidos en sus actos,

alcanzan el estado inamovible

donde ya no hay pesar.

(225)

Para quien permanece siempre vigilante,

entrenando día y noche,

con la mente puesta en el Nirvana,

las impurezas desaparecen.

(226)

Antiguo es este dicho, ¡oh Atula!,

no es cosa de hoy:

critican al que guarda silencio,

critican al que habla mucho,

critican al que habla con mesura.

Nadie en el mundo escapa al juicio ajeno.

(227)

No se encuentra a nadie

que haya sido, sea o será

sólo criticado

o sólo alabado.

(228)

¿Quién puede censurar

a quien es como una moneda de oro fino—

intachable en conducta,

sabio,

dotado de visión y virtud,

elogiado por los sabios día tras día?

A ese ser lo alaban incluso los dioses,

incluso Brahmā.

(229–230)

Vigila la ira que brota en tu cuerpo;

modera tu acción corporal.

Abandona la mala conducta física,

y cultiva acciones justas con el cuerpo.

(231)

Vigila la ira que brota en tu habla;

modera tu lenguaje.

Abandona la mala conducta verbal,

y cultiva palabras justas.

(232)

Vigila la ira que brota en tu mente;

modera tu pensamiento.

Abandona la mala conducta mental,

y cultiva pensamientos justos.

(233)

Los sabios son moderados en el cuerpo,

moderados en el habla,

y moderados en la mente.

Verdaderamente, son completamente moderados.

(234)

DIECIOCHO

La Corrupción

Ya eres como una hoja amarillenta;

los emisarios de Yama están cerca.

Estás a las puertas de la muerte,

sin provisiones para el viaje.

Haz de ti una isla.

Esfuérzate con prontitud. Sé sabio.

Puro, sin corrupción,

entrarás en el reino divino de los nobles.

(235–236)

Estás ya al final de la vida;

te diriges a la presencia de Yama,

sin descanso en el camino,

sin provisiones para el viaje.

Haz de ti una isla.

Esfuérzate con prontitud. Sé sabio.

Puro, sin corrupción,

ya no conocerás nacimiento ni vejez.

(237–238)

Así como el orfebre

elimina gradualmente

las impurezas de la plata,

así el sabio

elimina las impurezas de sí mismo,

poco a poco,

momento a momento.

(239)

Así como el óxido corroe

al propio hierro que lo origina,

así las faltas arrastran

a su autor a estados de aflicción.

(240)

La enseñanza oral se corrompe si no se recita,

el hogar se corrompe por la inactividad,

la belleza se corrompe por la pereza,

y el guardián se corrompe por la negligencia.

(241)

La mala conducta corrompe a la persona;

la avaricia, al generoso.

Los malos rasgos corrompen

tanto en este mundo como en el otro.

(242)

Más corruptora que todas ellas

es la ignorancia, la mayor corrupción.

¡Abandonad esta corrupción, monjes,

y permaneced libres de ella!

(243)

Fácil es la vida

para quien no tiene conciencia,

descarado como un cuervo,

arrogante, tramposo, atrevido, corrupto.

Difícil es la vida

para quien tiene conciencia,

que siempre busca la pureza,

es sensato, sincero, cuidadoso y vive con rectitud.

(244–245)

Uno mismo arranca su raíz

aquí mismo, en este mundo,

si mata, miente, roba,

se une a la pareja de otro,

o se entrega a la bebida y los intoxicantes.

(246–247)

Buen hombre, comprende esto:

los malos rasgos son destructivos.

No dejes que la codicia y la falta de virtud

te arrastren a un largo sufrimiento.

(248)

Según su fe,

según su satisfacción,

las personas dan.

Siendo esto así,

si uno siente envidia

de la comida o bebida ofrecida a otros,

no alcanzará la concentración

ni de día ni de noche.

Pero eliminando, arrancando y desechando

ese estado de envidia,

uno alcanza la concentración

tanto de día como de noche.

(249–250)

No hay fuego como el deseo,

ni apego como el odio,

ni red como el engaño,

ni río como la codicia.

(251)

Fácil es ver los defectos ajenos,

pero difícil ver los propios.

Uno separa las faltas de los demás como el tamo,

pero oculta las suyas,

como el jugador tramposo esconde un mal tiro de dados.

(252)

Si uno se enfoca en los defectos ajenos

y se ofende continuamente,

las impurezas crecen en uno mismo,

y uno se aleja de su erradicación.

(253)

No hay sendero en el cielo;

no hay contemplativos fuera del camino.

Las personas están absortas en pensamientos obsesivos;

los Tathāgatas están libres de tales pensamientos.

(254)

No hay sendero en el cielo;

no hay contemplativos fuera del camino.

Nada creado es eterno;

los budas no sufren agitación.

(255)

DIECINUEVE

El Justo

No es justo

quien juzga apresuradamente.

El sabio considera

tanto lo correcto como lo incorrecto.

Guiando sin imponer,

imparcial y según el Dhamma,

se le llama guardián del Dhamma,

inteligente y justo.

(256–257)

No es sabio

quien solo habla mucho.

Sabio es quien es pacífico,

sin odio ni miedo.

(258)

No se sostiene el Dhamma

solo por hablar mucho.

Aun habiendo escuchado poco,

quien lo percibe en su propio cuerpo

y nunca descuida su práctica,

ese sí sostiene el Dhamma.

(259)

Las canas no hacen

a un anciano.

Quien solo envejece en años

es llamado “viejo necio.”

Por la verdad,

el Dhamma, la no violencia,

la contención y el autocontrol,

el sabio libre de impurezas

es llamado “anciano.”

(260–261)

No por hablar bien ni por apariencia

alguien envidioso, tacaño y engañoso

es una buena persona.

Pero quien ha cortado, arrancado y destruido eso,

sabio y libre de defectos,

es llamado “persona de bien.”

(262–263)

No por raparse la cabeza

quien es falso y sin disciplina

se convierte en renunciante.

¿Puede serlo quien vive en anhelo y codicia?

Aquel que ha pacificado el mal,

tanto el pequeño como el grande,

en todas sus formas,

ese es, en verdad, un renunciante.

(264–265)

No es mendicante

quien simplemente pide limosna.

Ni se hace mendicante

por adoptar modos caseros.

Pero quien abandona

tanto el mérito como el mal,

vive la vida pura

y recorre el mundo con intención,

ese es llamado “mendicante.”

(266–267)

No por guardar silencio

un ignorante se vuelve sabio.

El sabio es quien,

como quien pesa con una balanza,

elige lo bueno y evita lo malo.

Quien puede ponderar los dos lados del mundo,

ese es llamado “sabio.”

(268–269)

No se es noble

por dañar a los seres vivos.

Quien es inofensivo con todos los seres

es llamado “noble.”

(270)

No por la virtud

o la práctica religiosa,

ni por gran conocimiento,

ni por alcanzar samādhi,

ni por vivir en soledad,

ni por pensar: “toco la dicha

del desapego que el común no conoce”,

debes, monje, confiarte,

si no has destruido las impurezas.

(271–272)

VEINTE

El Camino

El mejor de los caminos es el Óctuple Sendero;

la mejor de las verdades, las Cuatro Nobles Verdades.

La mejor cualidad es el desapego;

y el mejor entre dioses y humanos

es quien ve con claridad.

Este es el camino

para purificar la visión: no hay otro.

Síguelo,

y confundirás a Māra.

Síguelo,

y pondrás fin al sufrimiento.

Este es el sendero que he mostrado,

tras arrancar la flecha.

(273–275)

Debes hacer el esfuerzo tú mismo;

los Tathāgatas solo muestran el camino.

Quienes lo siguen, centrados en la meditación,

se liberan de las ataduras de Māra.

(276)

“Todo lo creado es impermanente.”

Al ver esto con sabiduría,

surge el desencanto del sufrimiento.

Este es el camino a la pureza.

(277)

“Todo lo creado es sufrimiento.”

Al ver esto con sabiduría,

surge el desencanto del sufrimiento.

Este es el camino a la pureza.

(278)

“Todo es no-yo.”

Al ver esto con sabiduría,

surge el desencanto del sufrimiento.

Este es el camino a la pureza.

(279)

Inactivo cuando deberías actuar,

perezoso aun siendo joven y fuerte,

sin ánimo en tus propósitos,

una persona así, indolente y floja,

no encuentra el camino del despertar.

(280)

Cuida tus palabras y tu mente,

no hagas con el cuerpo nada dañino.

Purifica estas tres vías de acción

y cumple el camino enseñado por los sabios.

(281)

La sabiduría surge de la práctica;

sin práctica, se desvanece.

Al conocer este doble camino del ganar y del perder,

condúcete de modo que crezca tu sabiduría.

(282)

Corta el bosque del deseo, no los árboles del mundo.

Del bosque del deseo nace el miedo.

Al cortar el bosque y el matorral,

monjes, sed libres del deseo.

(283)

Mientras quede aunque sea un pequeño arbusto de deseo

entre hombre y mujer,

la mente seguirá atada,

como un ternero a su madre.

(284)

Destruye el apego al yo

como quien arranca un lirio de otoño con la mano.

Cultiva el sendero hacia la paz,

el Nirvana enseñado por el Bienaventurado.

(285)

“Aquí viviré en la estación de lluvias,

aquí en invierno, aquí en verano”,

así se engaña el necio,

ajeno al peligro.

Emborrachado de hijos y ganado,

ese adicto

es arrastrado por la Muerte,

como un pueblo dormido por la crecida del río.

(286–287)

Ni hijos, ni padres, ni parientes

pueden protegerte.

Para quien es capturado por la Muerte,

los parientes no son refugio.

Sabiendo esto,

el sabio, contenido por la virtud,

rápidamente despeja el camino

al Nirvana.

(288–289)

VEINTIUNO

Miscelánea

Si, al renunciar a una felicidad menor,

uno pudiera alcanzar una mayor,

el sabio dejaría la menor

para abrazar la mayor.

(290)

Quienes buscan su felicidad

provocando sufrimiento a otros

quedan atrapados en la hostilidad

y no se liberan de ella.

(291)

Las impurezas crecen

en los insolentes y negligentes,

que rechazan lo que deben hacer

y hacen lo que no deben.

Pero las impurezas se extinguen

en los atentos y vigilantes,

que se ocupan del cuerpo con conciencia,

evitan lo indebido

y persisten en lo correcto.

(292–293)

Tras matar

a la madre, al padre,

a dos reyes guerreros,

a un reino y su gente,

el brahmán sigue imperturbable.

(294)

Tras matar

a la madre, al padre,

a dos sabios reyes,

y a un tigre,

el brahmán sigue imperturbable.

(295)

Siempre despiertos

están los discípulos de Gotama,

que noche y día

mantienen la atención en el Buda.

(296)

Siempre despiertos

están los discípulos de Gotama,

que noche y día

mantienen la atención en el Dharma.

(297)

Siempre despiertos

están los discípulos de Gotama,

que noche y día

mantienen la atención en la Sangha.

(298)

Siempre despiertos

están los discípulos de Gotama,

que noche y día

mantienen la atención en el cuerpo.

(299)

Siempre despiertos

están los discípulos de Gotama,

cuyas mentes, noche y día,

se deleitan en la no-violencia.

(300)

Siempre despiertos

están los discípulos de Gotama,

cuyas mentes, noche y día,

se deleitan en la práctica espiritual.

(301)

Difícil es dejar el hogar —no trae placer.

Difícil es la vida en familia —trae dolor.

Vivir entre los que discuten es sufrimiento.

El viajero está expuesto al sufrimiento.

No seas un viajero,

y no estarás sujeto al sufrimiento.

(302)

Las personas con fe,

virtud, fama y riqueza

son honradas

dondequiera que van.

(303)

Desde lejos, los buenos brillan

como montañas del Himalaya.

De cerca, los malos desaparecen

como flechas disparadas en la noche.

(304)

Sentado solo, descansando solo, caminando solo,

incansable y en soledad,

quien se ha dominado a sí mismo

encuentra gozo en el bosque.

(305)

 


☸ Traducción basada en el texto The Dhammapada: A New Translation of the Buddhist Classic with Annotations, de Gil Fronsdal (Shambhala Publications), adaptada al español por KarunaPura.

 

Jordi Clement

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