Biografía del Maestro
Hōun Kōbun Chino Otogawa Rōshi (乙川 弘文) (1938–2002) fue un sacerdote Zen Sōtō japonés que dedicó gran parte de su vida a transmitir el Zen en América y Europa. Ordendado a los 12 años y formado en Eiheiji, fue discípulo directo de grandes maestros como Kōdō Sawaki, Shunryu Suzuki y Koei Chino Rōshi. Su estilo de enseñanza era libre, poético y profundamente humano: prefería que lo llamaran por su nombre de pila Kōbun, y no “Rōshi” (maestro) ni “Sensei” (profesor).
En 1967 viajó a Estados Unidos para ayudar a fundar Tassajara Zen Monastery, el primer monasterio Zen fuera de Japón. A lo largo de los años, estableció múltiples centros de práctica como Haiku Zendo, Hōkōji (Nuevo México) y Jikōji (California), y fue figura central en la vida espiritual de Naropa University, Santa Cruz, Suiza y Alemania. Fue también maestro de meditación, calígrafo, músico de shakuhachi, poeta y practicante de kyūdō.
Kōbun enseñaba con suavidad, sin jerarquías ni dogmas. Inspiró a muchos con su sola presencia, sin imponer, permitiendo que cada estudiante encontrara su camino. El texto que aquí compartimos recoge extractos de sus enseñanzas orales, reunidos y presentados como una invitación a sentarse con todo lo que somos, sin intentar cambiarlo, comprenderlo o poseerlo. Una práctica de zazen profunda, silenciosa y radicalmente compasiva.
En 2002, Kōbun falleció trágicamente en Suiza al intentar salvar a su hija Maya de 5 años, quien también murió ahogada. Su vida y su muerte son testimonio de una existencia vivida con autenticidad, entrega y compasión.
🌀 “Una mente abierta y flexible es el camino”, solía decir. Y lo vivió plenamente.
Una lecutra de Kōbun Otogawa...
¿Quién es tu maestro?
El propósito real de la práctica es descubrir la sabiduría que siempre has llevado contigo. Descubrirte a ti mismo es descubrir la sabiduría; sin descubrirte, nunca puedes comunicarte verdaderamente con nadie. En la vida cotidiana, podemos captar un atisbo de esa sabiduría, como cuando la herramienta pulida del carpintero expresa que hay sabiduría en el brazo del carpintero. Es invisible; no puedes dibujarla ni mostrarla.
La sabiduría no viene de ninguna parte; siempre está ahí, como el contenido exacto del despertar: siempre está ahí y en todas partes. Lo que puedes hacer es desvelarla, como quien va al origen de un río. ¿Alguna vez has estado en la fuente de un río? Es un lugar muy místico. Te mareas si te quedas allí un rato. Un río especialmente grande tiene varias fuentes, y la fuente real, el punto más lejano que da origen al cauce principal, es húmedo y brumoso, con algún tipo de olor antiguo, y sientes frío.
Sientes: “Este no es un lugar para entrar”. No hay agua brotando, así que no sabes dónde está exactamente la fuente. En realidad, un lugar así existe dentro de todos nosotros; el centro de nuestro ser es así. Desde ese lugar surge un llamado antiguo:
“¿Por qué no me conoces? Has vivido tantos años conmigo, ¿por qué no puedes pronunciar mi verdadero nombre?”
Lamentablemente, no podemos viajar a ese lugar con este cuerpo y esta mente, pero sentimos que tal origen existe, y que desde allí todo comienza. De ese lugar vienes, en realidad, y todo lo que haces es regresar a ese punto. En una sola vida puedes encontrarte con otras personas, al menos con una más además de ti. En otras palabras, dos descubren. Por eso sigues viviendo con tanto esfuerzo.
La forma de descubrir tu origen es escuchar a aquel con quien sientes: “Esto es”. Parece que puedes hacerlo por ti mismo, sin otros, pero en realidad, solo no puedes descubrir ese origen. Al llegar a ese punto, nunca crees “esto es”. Pero al señalar directamente el origen de otro y decir: “Ese es mi origen”, en ese momento aparece otro dedo, apuntándote a ti, y dice: “No, ese es mi origen”. Y te mareas. “Espera un momento, ¿eres mi maestro o eres mi estudiante?” Y ambos dicen: “No importa. Puedo ser tu estudiante; seré un Buda antiguo para ti”. El estudiante dice esto al maestro. Sin entregar por completo tu vida y tu cuerpo a otros, nunca puedes alcanzar tu verdadera naturaleza.
Cuanto más clara, más precisa y más dolorosamente gozosa se vuelve tu comprensión de la vida, más sientes: “Soy tan malo”. Aquel que aparece y dice: “No, no eres malo en absoluto, ese es el camino”, ese es tu maestro. No lo malinterpretes: ese maestro no siempre es una persona. Puede abrazarte como el rocío de la mañana en un campo, y sentirás algo extraño: “Ah, esto es… mi maestro es este campo”.
La forma de ir con tu verdadero ser es hacer una profunda reverencia hacia ti mismo y preguntar:
“Por favor, déjame conocerme a mí mismo.”
Como no podemos hacerlo solos, debemos hacerlo con alguien que sea capaz de aceptar nuestro voto. Permitir que tal ocasión ocurra es lo que llamamos despertar supremo. No es una creación tuya. Solo admiras el lugar en el que estás y permaneces con él, y ese lugar es el lugar donde encuentras a tu maestro. No necesita ser un lugar especial. Cuando estás un poco atento contigo mismo, puedes crear esa oportunidad… entre tus hijos y tú, entre tus padres y tú.
“Cuando todos los maestros se hayan ido, ¿quién será tu maestro?”
El estudiante respondió: “¡Todo!”
Kōbun hizo una pausa, y luego dijo:
“No, tú.”
― Kōbun Chino Otogawa Rōshi
En este vídeo...
El sentido de nuestra vida no se experimenta esforzándonos por crear algo perfecto. Debemos comenzar, simplemente, aceptándonos a nosotros mismos. Al sentarnos, regresamos a quienes somos y al lugar en el que estamos en realidad. Esto puede ser muy doloroso. La autoaceptación es lo más difícil de lograr. Si no podemos aceptarnos, estamos viviendo en la ignorancia, en la noche más oscura. Aunque estemos despiertos, no sabemos dónde estamos, no podemos ver. La mente no tiene luz.
La práctica es esa vela en nuestra habitación más oscura. El problema no es el dolor físico, sino el sufrimiento no disuelto que permanece en la mente. Y, sin embargo, eso es lo que hay. Es mejor mirarlo tal como es, en lugar de asustarse por su apariencia. Se puede sentir dolor, pero no se puede poseer. No es tuyo. Para algunas personas, todo el universo está doliendo. Es solo una cuestión de grados. Sucede, así que déjalo ir. Sopla el dolor con tu respiración.
Nos hemos reunido en esta forma condensada. En esta situación, basta con sentarse erguido y alinearse con la gravedad. A veces sentimos que sentarnos solo trae preguntas en lugar de respuestas. Pero si uno se aferra a una respuesta como si fuera el fin de todo cuestionamiento, eso no es bueno. La forma de sentarse del Buda está más allá de lo puro e impuro, más allá de lo sagrado y lo profano. No es algo que se pueda entender. Es indescriptible. La vida debe ser liberada y vivida, no comprendida desde fuera.
El ideal del zazen es olvidar la respiración. Tu respiración y la respiración del universo son una sola. Todos compartimos la misma respiración. Sentarse y respirar en quietud es como alguien que ha disparado una flecha: un instante después, aparecerá el resultado, pero por ahora solo sabes que la flecha está en movimiento. Ya ha salido de tu dominio, y sin embargo sientes que va bien encaminada.
El zazen en su forma más pura es idéntico al despertar completo y perfecto. Por eso debe hacerse por sí mismo. La única técnica especial es la autoaceptación total del ser completo: aceptar dónde estás, tu nacimiento, el mundo, todo. De lo contrario, no podrías sentarte ni un minuto. Así que deja que tu respiración se siente contigo. Deja que tus gafas se sienten contigo. Deja que la casa, tu ropa, todo lo que te rodea, se siente contigo. Las personas que se mueven fuera también se sientan contigo. Pero eres tú quien adopta la postura de sentarse. Tú los reúnes. Al final, algo se sienta. Algo está sentado.
Enfrentar al Buda en esta galaxia es como enfrentar a Cristo como medio hacia Dios. Tu vida tiene una relación similar con el Buda y con la verdad cósmica, por así decirlo. Tu cuerpo físico es el terreno donde surgen el conocimiento y la comprensión. Las enseñanzas no vienen de fuera. Tu latido, tu respiración y todo eso están en tu interior. Una realidad cósmica está ahí, y la estás experimentando.
El concepto de Brahman y Ātman en la tradición hindú es el mismo: la divinidad, Dios y tú forman una sola existencia. Todo lo que existe es Dios, y tú y los demás formáis parte de ello. Dios habita en ti, y Dios es imposible de medir: qué es, quién es, qué está haciendo en ti. En cierto sentido, tu vida y la de Dios son simultáneas.
El yo relativo está relacionado con la presencia absoluta. Existe un interés constante en tu lugar más íntimo. Este encuentro con lo absoluto es el tema esencial. Cuando logras alcanzarlo, sientes que tu vida es perfecta. Se supone que debe serlo. Pero esa perfección no continúa momento a momento. La existencia —el mundo de los fenómenos— es poder en sí mismo, pero cada cosa no tiene poder por sí sola. Si presupones un poder propio, achicas la existencia. Si no presupones poder, el poder puede llenar la existencia.
Dado que la forma también es un proceso de cesación, el poder no puede poseerse, pero puede sentirse. La existencia está hecha de poder. La vida es energía en sí misma. Esta energía y poder se dispersan generosamente en todas las cosas. El poder se experimenta en la meditación, porque meditar es, en esencia, negar el poder personal. Así, te conviertes en el centro del poder, pero sin tener poder. Es como la experiencia de hacer una reverencia: cuando realmente la sientes, no eres nada. No tienes nada. Eres, de hecho, nada. Desapareces. Eres como polvo sobre la Tierra.
Cuando te levantas, te levantas como una persona, una existencia particular, y lo sientes todo. La existencia se profundiza mediante el reconocimiento. La dirección en la que se mueve el universo entero es la misma que la de tu zazen profundo. No es un sentimiento personal. Es la dirección natural de tu existencia. Es lo más natural que puedes hacer.
Un famoso maestro zen, Jōshū, decía que después de treinta años de práctica se podía empezar a hablar de ello. He tenido más tiempo que eso con esta práctica, y aún así siento reparo en hablar. Una razón es que hay demasiado de lo que hablar, es muy profundo, y a menudo hablar no ayuda a la práctica. Uno debe desaparecer en la postura. Esa es la única manera. Sin ojos, sin nariz, sin oídos. Todo reducido y desechado.
El Sutra del Corazón, Nāgārjuna, quinientos años de teorías budistas, todo puesto bajo el “no”. Este “no” es más exactamente “no no”, cero. ¿Qué tipo de ojo, qué tipo de mente puede recibir esta visión del vacío? Es muy importante experimentar la negación completa de uno mismo, que te lleva al otro lado de la nada. Vas al otro lado de la nada sostenido por la mano del Absoluto. Te reconoces como el Absoluto, y por tanto, ya no hay insistencia alguna en un “yo” propio. Ni siquiera puedes hablar de un “no-yo” dentro de ese Absoluto.
Antes de eso, aunque todos estén ahí ayudándote, eres un sistema cerrado. Pero cuando das la vuelta al otro lado de la nada, descubres que todos están allí. Todo te estaba esperando.
— Hōun Kōbun Chino Otogawa Rōshi
☸ Texto leído y traducido al español por KarunaPura a partir de enseñanzas orales atribuidas a Kōbun Chino Otogawa Rōshi, transmitidas por sus estudiantes y recopiladas de registros en inglés de sus charlas y reflexiones.