En este discurso, Ajahn Sucitto explora la relación entre energía y samādhi, mostrando cómo la comprensión de los procesos internos y el cultivo de los brahmavihāras abren nuevos caminos para establecer un estado profundo de serenidad y equilibrio.
Sobre el maestro..
Ajahn Sucitto (Londres, 1949) es un monje budista Theravāda de la tradición del bosque y una de las figuras clave en el establecimiento del budismo monástico en Occidente. Fue ordenado en Tailandia en 1976 y, tras regresar a Reino Unido, se convirtió en discípulo cercano de Ajahn Sumedho. Formó parte del grupo fundador de Cittaviveka y participó activamente en la creación de Amaravati Monastery, dos pilares de la tradición forestal en Europa.
De 1992 a 2014 fue abad de Cittaviveka, donde impulsó el desarrollo de la comunidad y contribuyó de forma decisiva a estructurar el entrenamiento de las monjas sīladharā. Además de su labor de enseñanza, es autor y editor de numerosos libros y recursos sobre meditación, ética y práctica contemplativa, siempre distribuidos de manera gratuita.
Actualmente continúa ofreciendo retiros y compartiendo el Dhamma con una sensibilidad profunda, claridad y un énfasis especial en el cultivo energético, la presencia y la integración cuerpo-mente.
Reflexión doctrinal sobre el discurso del Venerable Ajahn Sucitto
1. La energía como fundamento de la experiencia humana
En este discurso, Ajahn Sucitto aborda un aspecto que muchas veces pasa desapercibido en la práctica meditativa: el carácter energético de toda experiencia. Desde el punto de vista del Dhamma, el cuerpo, la mente pensante y el corazón no son entidades separadas ni estructuras fijas, sino procesos dinámicos que se expresan como movimientos de energía. La preocupación que consume fuerza vital, la claridad repentina que ilumina la mente, la contracción ante el miedo o la expansión ante la alegría son formas de energía que continuamente dan forma a nuestra percepción de “ser alguien”.
Comprender esto tiene un gran valor doctrinal, porque ayuda a ver cómo se establecen los patrones que sostienen el sentido de identidad. De la misma manera que un cableado eléctrico dirige la corriente siempre por el mismo circuito, los viejos hábitos mentales y emocionales hacen que la energía fluya repetidamente por los mismos canales. Así nacen la ansiedad recurrente, la irritabilidad, el abatimiento o esa sensación de insuficiencia que persiste aunque externamente todo vaya bien.
Sucitto subraya que incluso en condiciones ideales como el silencio, estabilidad o ausencia de amenazas, esos circuitos internos pueden activarse sin que haya ninguna causa externa obvia. La práctica profunda del Dhamma consiste en reconocer que es aquí donde reside nuestra verdadera dificultad, y que la transformación requiere entrar en esa zona más involuntaria de la experiencia, donde no basta la fuerza de voluntad ni los buenos propósitos. Para que el cambio sea real, la energía debe redirigirse desde la raíz, de forma paciente y directa, como se hace en la meditación.
2. Samādhi y la transformación del cuerpo-mente
Cuando Ajahn Sucitto habla de samādhi lo hace desde un entendimiento muy tradicional: más que un estado especial o un logro místico, es un proceso mediante el cual el cuerpo y la mente se unifican, se suavizan y se vuelven receptivos. La respiración es el medio principal para acceder a esta transformación. No se trata solo de observarla, sino de sentir cómo su movimiento atraviesa el cuerpo entero, cómo ilumina y cómo relaja, cómo revela las tensiones profundas que normalmente pasan desapercibidas.
A medida que la atención se vuelve más clara, aparece pīti, un brillo o una alegría corporal que no depende de ningún estímulo exterior. Esa energía puede ser intensa o ligera; lo importante es que señala que el sistema está respondiendo. De manera natural, pīti da paso a la tranquilidad, y de ahí surge la unificación. La mente deja de fragmentarse en deseos, temores y pensamientos dispersos, y comienza a asentarse sobre una base más estable.
Este tipo de samādhi no se obtiene forzando la concentración. Surge del equilibrio entre la aplicación consciente y la entrega a los niveles más involuntarios del cuerpo. El meditador aprende a escuchar cómo está afectando cada respiración al nivel somático más profundo, y permite que la energía corporal encuentre un ritmo que restaure sus propios desequilibrios. Es un proceso terapéutico en el sentido más amplio: el cuerpo-mente se reordena, deja de circular por los viejos surcos de tensión y se abre a una sensibilidad más fina, más honesta y más íntima.
Ajahn Sucitto insiste en que esta transformación es muy real, pero no permanece automáticamente cuando volvemos al mundo social. La vida diaria reactiva los viejos patrones, nos devuelve a la comparación, al miedo o a la inseguridad. Por eso el trabajo corporal del samādhi debe acompañarse de una transformación emocional más amplia, que es precisamente el ámbito de los brahmavihāras.
3. Los brahmavihāras y la reconfiguración del corazón
La enseñanza sobre los brahmavihāras que ofrece Ajahn Sucitto va más allá de la práctica popular de “generar buenos sentimientos”. Desde una perspectiva doctrinal, mettā, karuṇā, muditā y upekkhā son formas de trabajar con el trasfondo afectivo que sostiene el sentido de identidad. No se dirigen a emociones particulares, sino al campo más profundo donde aparece el “yo”, lo “mío” y la impresión de “cómo soy yo en conjunto”.
Este trasfondo suele estar cargado de condicionamientos antiguos: deseos de aprobación, temor al rechazo, sensación de no ser suficiente. Es un nivel más sutil que los estados emocionales momentáneos, y a menudo es precisamente ese nivel el que nos empuja a actuar compulsivamente, a compararnos o a juzgarnos sin descanso. Los brahmavihāras permiten iluminar esa zona involuntaria del corazón, no para modificarla externamente, sino para suavizarla desde dentro y permitir que la energía emocional recupere su equilibrio natural.
Mettā abre un espacio de aceptación, una forma de decir internamente que la experiencia es bienvenida tal como aparece. Karuṇā reconoce la dificultad con honestidad, sin recubrirla de explicaciones o culpa. Muditā celebra lo sano y lo luminoso cuando aparece, aunque sea un destello. Upekkhā integra todo esto con serenidad, permitiendo que el corazón no se pierda en el vaivén de los estados.
En la enseñanza de Sucitto, samādhi y brahmavihāras no son prácticas diferentes, sino dos formas complementarias de transformar el mismo campo energético. El primero actúa sobre el cuerpo y los niveles somáticos profundos; los segundos reconfiguran el ámbito emocional y afectivo. Cuando ambos maduran, convergen en la ecuanimidad profunda, donde el cuerpo y la mente descansan en un equilibrio que no depende de las circunstancias.
“Llegas a estos lugares profundos no para caer en la impotencia, sino para impregnarlos con conciencia, con amabilidad, con la energía que sana.”
— Ajahn Sucitto
Cantos sobre la Meditación y el Mahāmudrā...
Hoy me gustaría hablar sobre la energía, porque creo que en realidad es un aspecto interesante, y a veces una pieza que falta, en la práctica meditativa.
En parte, esto se debe a que existe una palabra, viriya, que se refiere a un tipo de energía de aplicación. Es nuestra capacidad de reunir el esfuerzo y “lanzarnos a ello”. Podrías decir que es la energía del hacer. Pero eso es solo la punta de lo que quiero decir con energía.
Lo que realmente quiero decir es todo el sistema de vitalidad, corporal, emocional y conceptual. Todos esos aspectos requieren energía. Incluso sentarse y preocuparse consume energía. No tienes que aplicarte conscientemente a ello, pero aun así utiliza ese recurso básico. No es una aplicación deliberada; simplemente sucede.
Todos estos procesos que experimentamos como “nosotros mismos” están extrayendo energía, usando energía, produciendo energía o reciclando energía de determinadas maneras. Esto es algo bastante maravilloso, pero también problemático. Porque, ¿qué ocurre si sigues reciclando energía de ciertas formas, por ejemplo, preocupándote? Se convierte en una pista, en un surco que tallas.
Es como el cableado eléctrico: cuando conectas los cables de una forma concreta, cada vez que enciendes la corriente, esta circula por ese mismo circuito. Así te conviertes en un preocupador habitual. Tienes un patrón de preocupación, un patrón de irritación, un patrón de depresión, un patrón de perdón, todo tipo de patrones, buenos y malos.
Cuando comienzas a moverte, tu mente sigue esas vías particulares. Creamos estos patrones: formas habituales de pensar, tendencias emocionales e incluso respuestas corporales sutiles. Todos están entrelazados con la energía.
Solo hay que reconocer que el cuerpo es, en realidad, energía. A menudo asociamos el cuerpo con lo que se puede ver, un bulto táctil y visual de carne y huesos. Pero en términos de la experiencia aquí y ahora, lo que realmente experimentamos como cuerpo es un conjunto de sensaciones: cosquilleo, vibración, calor, presión, solidez, todas estas cualidades elementales, que son energéticas.
Están continuamente cambiando y moviéndose, palpitando y vibrando. Eso es lo que constituye tu sensación del cuerpo. Si eliminaras el mapa visual, ¿qué experimentarías? Sensaciones, presiones, pulsos, todo eso es energía.
Así que el elemento básico de la existencia es la energía. Cuando comprendes que la inteligencia misma está en la energía, ves que realmente solo conoces algo cuando hay un cambio, cuando algo se ilumina. Notas ese momento en que surge la comprensión: una pequeña chispa se enciende en tu mente, en tu sistema. “Ah, lo entendí”.
Surge esa pequeña sensación iluminada. Y cuando no entiendes, te sientes nublado, confuso. Eso también es energía. Cuando estás contraído, eso es energía. Algo se mueve ahí. Incluso puede ocurrir con un pensamiento: cuando te esfuerzas por recordar algo: “¿Cómo era el nombre?”, hay una especie de tensión.
Presión… y de pronto, ¡pum!, lo captas. “Ah, eso era.” De repente, te iluminas. Ese es un cambio energético; eso es lo que llamamos comprender algo.
Y, por supuesto, de manera muy evidente, las emociones son energéticas. Te sientes presionado, agobiado por la tristeza, elevado y sostenido por la alegría, y todo lo que hay entre ambos extremos. Te ves arrastrado por la preocupación, la duda o la confusión. Estas son experiencias profundamente energéticas por naturaleza, y a menudo producen resultados visibles en el cuerpo físico.
Empiezas a temblar, a ponerte nervioso, los dedos golpean la mesa, o necesitas salir a caminar porque te sientes tenso. O te deprimes y tienes que acostarte porque te sientes abrumado. O apenas puedes quedarte quieto porque estás demasiado eufórico, cargado emocionalmente. Así que todo esto recorre realmente todo el sistema: el cuerpo, el intelecto o mente pensante, y la mente emotiva o la mente base, el corazón.
Estos son los tres formadores en el budismo: el cuerpo (kāya), la mente pensante (vācī), que puede definir y articular, y la mente emotiva (citta), que tiene que ver con el lugar desde donde derivamos significado y valor, donde sentimos la energía que surge para hacer algo, donde somos emocionalmente afectados.
Así que todos ellos son de naturaleza energética, y se van refiriendo entre sí, se pasan la pelota. Piensas algo, y es terrible; te sientes emocionalmente afectado por ello. A veces incluso te hace sentir un poco enfermo: escuchas una mala noticia en la radio o en la televisión, y sientes algo removiéndose en el estómago por eso.
Todo esto va hacia atrás y hacia adelante. O si no te sientes bien, si estás un poco enfermo, tu estado de ánimo se deprime ligeramente, tu pensamiento se vuelve algo espeso, porque no te sientes bien, o simplemente porque estás cansado.
Así que muchos de los problemas que las personas experimentan en su vida diaria, así como en la meditación, son en realidad un agotamiento neurológico. Hay demasiadas cosas siendo procesadas: toda la entrada sensorial, todo lo que hay que pensar, reaccionar, responder, preocuparse, retener en la mente. Uno termina exhausto, agotado al final del día, si eso es lo que está ocurriendo.
Mientras que, si uno lleva una vida más contemplativa, al menos en teoría, la idea es que no hay tanto de este tipo de cosas ocurriendo. Como todos sabemos, simplemente estamos sentados sobre un cojín de dicha, energéticamente impregnados de radiancia luminosa. Por eso venimos aquí: ¡a deleitarnos en nuestra luminosidad!
Claro que no es tan simple, porque los sistemas son tan complejos que uno puede estar dando vueltas dentro de sus propios circuitos de preocupación y duda sin que nadie interfiera. Uno puede crear su propio infierno y agotarse a sí mismo.
Esa es la naturaleza de estos sistemas: estos procesos energéticos continúan, crean corrientes. Así que, como suele experimentarse en los retiros de meditación, estás sentado allí, nadie te hace daño, hay amplitud, calma, nadie te exige llegar a ningún sitio, y aun así te sientes estresado, resentido, no amado, contraído, asustado, preocupado.
¿Qué está ocurriendo? Pues es porque los circuitos están ahí, y de pronto la energía no está fluyendo …haciendo todo tipo de cosas, así que no está completamente estable. Simplemente empieza a correr por esos viejos circuitos, y comenzamos a repasar, repetir y revivir nuestras historias.
Y lo extraño es que está fuera de control. Parte del proceso a largo plazo del despertar consiste en entrar en esas áreas aparentemente involuntarias de nuestra vida, donde estamos abrumados, atrapados, enredados, donde no hay voluntad consciente, y transformarlas en algo sobre lo que podamos tener cierta influencia. Podemos disolverlas, sanarlas, liberarlas, bendecirlas. Podemos empezar a introducir cierta comprensión ahí dentro, para cambiar el cableado, de modo que ya no sigamos recorriendo las mismas rutas de siempre.
Y eso es lo que significan palabras como purificación o limpieza, todos esos términos un tanto antisépticos. Podríamos llamarlo más amistosamente sanación o bendición, o como quieras llamarlo. En esencia, se trata de una especie de reconexión del cableado […].
Estas vías energéticas: la cuestión es que ya no sigues circulando por los viejos caminos, y entonces tienes mucho más potencial, porque ya no cargas con todo ese peso. Ya no te estás reinfectando constantemente con esos problemas y patrones sobre los que no tienes mucho control. Tienes una cantidad enorme de potencial.
Y ese potencial es luego canalizado por los mismos procesos que se han despejado. De modo que las formas mismas en las que has logrado esto o lo has transformado se convierten en tus formas normales de relacionarte.
En otras palabras, lo que haces para cambiar tus aspectos involuntarios significa que cambias quién eres. Todo tu modo de funcionar cambia. Se vuelve amoroso, por ejemplo, no solo por ser amable, sino porque eso se siente natural. Te vuelves más flexible, menos compulsivo, menos apegado, y así sucesivamente. Surge una cierta belleza a partir de tu energía, eso también es energía.
Esto es lo que se entiende por las radiancias que algunos sabios experimentan, y que personas con sensibilidad psíquica pueden incluso percibir, esas auras o campos de luz que parecen rodearlos. Las energías se han transformado. No lo hacen como un espectáculo luminoso, sino que simplemente eso es lo que ha sucedido: esa radiancia ha producido la transformación, y eso es lo que queda cuando los viejos patrones han sido despejados.
Por supuesto, hay un proceso en todo eso. La dificultad con cualquier proceso es que queremos llegar al final: “¡Dame el espectáculo de luces! ¡Dame la radiancia! ¿Dónde me conecto para obtener esto?”.
Pero el proceso en realidad no funciona así, ¿verdad? Porque en realidad hay que entrar en ese territorio enfermo y manejarlo de la forma correcta, que es precisamente el enfoque práctico del Dhamma.
No siempre es inspirador, porque nos gusta oír hablar de la radiancia, del amor eterno, de la dicha, de la consciencia no condicionada, de las luminosidades sublimes y todo eso. Pero en realidad, con lo que nos encontramos es con una duda persistente en la mente, y aprender a manejar eso es lo más fundamental.
Es bueno recordar esas cosas, las radiancias, las luminosidades, como un mapa, algo que da orientación. Pero uno tiene que abrirse paso a través de la jungla para hacer ese viaje.
Y encuentro realmente útil simplemente entender …las dificultades, los residuos, por así decirlo, los procesos y los resultados en términos de energía.
Y aquí es donde siento que los dos caminos principales o agentes que utilizó el Buda son: el samādhi y los brahmavihāras.
El samādhi es más bien el enfoque corporal, entrar realmente en la sensación corporal de ello, en el sentido somático, en la sensación de tensión o contracción que podemos experimentar en el cuerpo. La sensación corporal se vuelve muy suave, luminosa, liberada, relajada, y, por así decirlo, eso tiene un efecto poderoso sobre la mente. No es puramente corporal, porque el cuerpo y la mente en realidad no están separados. Volveremos a eso más adelante.
Y el otro camino son los brahmavihāras, que son básicamente este sentido de bondad amorosa, compasión, alegría apreciativa (regocijo, celebración) y ecuanimidad. Estos tratan, obviamente, con el aspecto emocional.
Básicamente trabajas con ambos. No es: “Estoy practicando samādhi, así que no puedo tener bondad amorosa ahora mismo, ¡quítate de mi camino!”. La idea es que ambos hacen realmente lo mismo. Trabajas en extremos ligeramente diferentes del espectro, pero esencialmente se unen en el mismo propósito, porque ambos trasladan la energía hacia espacios más saludables y sin límites.
En los factores del despertar, los dos factores culminantes son samādhi y upekkhā, siendo upekkhā el brahmavihāra culminante, la ecuanimidad. Así que la culminación del proceso del despertar ocurre cuando estos dos factores se vuelven accesibles y predominantes.
Existe ese sentido de lo que significa samādhi: una alegría recogida y serena, una unificación placentera del cuerpo y la mente. Y upekkhā, que significa que la totalidad del dominio emocional está abarcada, y que ya no te ves arrastrado por nada de ello. Estás completamente sereno ante todo.
Es, por tanto, una cobertura completa, desde los estados de decepción o alegría, de exaltación o agresión, estás tranquilo con todo eso.
Y es importante reconocer cómo funcionan estas cosas y dónde funcionan.
Porque cuando pensamos en el cuerpo, por ejemplo, tenemos un cuerpo burdo, que básicamente hace cosas: caminar, comer, levantar, mover objetos, ese es el nivel físico.
Luego hay algo más sutil, que es muy voluntario: “Puedo decidir qué hacer con él, es mío, es mi movimiento.”
Y luego tenemos otro sentido del cuerpo, que es el tacto, sobre el cual tenemos menos control. Si llueve, me mojo; si hace frío, tengo frío. Puedo decidir dónde colocar mi cuerpo, pero, en esencia, el cuerpo tiene un nivel en el que es vulnerable, se ve afectado por las cosas agradables y por las dolorosas.
Eso podríamos llamarlo el sistema nervioso simpático, donde realmente sentimos el entorno.
Y luego está el parasimpático, que es cómo el conjunto del cuerpo reacciona ante eso. Es una sensación general, más sutil —“Sí, hace calor, está bien, me siento cómodo con eso”, o “Hace calor, pero no me siento cómodo con eso.” Es la cualidad de comodidad o facilidad, la manera en que tu cuerpo se adapta a la situación.
A veces puede pasar algo así: por ejemplo, cuando dices que vas a entrar al agua, al mar. Primero pones el pie y sientes que está un poco fría. Tienes la decisión de si meter o no el pie en el agua, pero no tienes mucho que decir sobre cómo se siente. Simplemente ocurre.
Pero al cabo de un rato piensas: “Sí, está bien, me gusta, me gusta la frescura del agua.” Lo cual no significa que la temperatura haya cambiado; significa que algo en tu cuerpo ha asimilado ese efecto, y ahora siente: “Sí, esto está bien.”
O tal vez estás escalando algo, y al principio tu cuerpo se siente inseguro en ese lugar concreto: “Estoy subiendo, puedo sentir las sensaciones…” Pero después de un tiempo te sientes cómodo, tu cuerpo se relaja, ya no hay tensión.
Ese es el tercer nivel de sensación, si se quieres, tu sentido interno de tensión, comodidad, facilidad o asentamiento con lo que sea que tu cuerpo esté haciendo o recibiendo.
Quizás estás sentado en algún lugar y alguien se acerca y empieza a tocarte. Puede que no te guste — un dedo que te presiona las costillas o algo así, o tal vez alguien te acaricia la espalda y piensas: “Ah, esto sí me gusta.” Luego miras y ves que es alguien que conoces, un amigo, y tu cuerpo se relaja.
Así que depende de cómo interpretas lo que ocurre, de cómo te acostumbras a las cosas. Y eso podríamos llamarlo el nivel parasimpático de la conciencia corporal.
Y, en realidad, cuando desarrollas la meditación, es a ese nivel al que te estás refiriendo, porque es el que, en cierto modo, es más involuntario. Es el sistema, el cuerpo, el que decide. No puedes obligarte a sentirte cómodo, ni puedes obligarte a relajarte. Tienes que observarlo y dejar que el sistema lo haga.
Como cuando estás enfermo y no te sientes bien, y te esfuerzas por mejorar. O estás cansado y tratas de no estarlo, empujas para seguir adelante. Y finalmente algo dentro de ti dice: “Es así.” Sueltas, y entonces te sientes bien con ello.
Y así ocurre un cambio mental o emocional, directamente conectado con ese nivel corporal. Y cuando ese cambio sucede, entonces puede ocurrir la sanación.
Esto sucede tanto en la enfermedad como, a veces, en las experiencias cercanas a la muerte. La persona llega a un punto donde está luchando y luchando, y finalmente acepta: “Está bien, parece que esto es todo.” Y en ese momento de aceptación, surge un nuevo recurso, se eleva, sale de ello.
O cuando estás dando a luz, luchando, empujando, y finalmente sueltas, y el cuerpo simplemente lo hace.
Hay un momento en el que algo dentro de ti se vuelve capaz de aceptar lo que está ocurriendo corporalmente, aunque sea doloroso, aunque no lo hayas elegido, aunque no sepas cómo manejarlo. Vas a ese nivel involuntario, donde finalmente algo dice: “Está bien.”
Ese es el sentido más amplio del cuerpo, el más profundo. Es el lugar donde menos sientes el “yo”, donde hay menos “mí”. Y entonces llegas a un sentido más grande del ser. Para muchas personas, eso se vive como una experiencia mística, una experiencia cercana a la muerte, o el acto de dar a luz. Algo así puede tener connotaciones místicas, porque de repente entras en algo mucho más grande y vasto, y con una energía que ni siquiera sabías que existía.
[…]
Así que estos son los diferentes niveles. Y con el samādhi, en realidad, lo que estás intentando es acercarte a ese lugar corporal involuntario, porque no puedes tener una experiencia cercana a la muerte a cada momento del día, y además probablemente ni siquiera podrías soportarlo; sería demasiado exigente.
Así que el samādhi, de alguna forma, es un proceso hábil para llegar a ese lugar corporal involuntario, donde de repente te sientes bendecido, te sientes elevado, como si estuvieras dentro de algo más grande.
¿Y cómo haces esto? A través de la atención plena, por supuesto, atención plena e indagación. Y pasa por un proceso de persistencia, de aplicación, y luego empieza a girar hacia otro nivel, cuando entras en la experiencia llamada éxtasis (pīti).
El éxtasis es una sensación tanto voluntaria como involuntaria. Significa que estás enfocado en algo y has refinado tu respuesta a ello , no lo estás forzando, no estás luchando con ello, no estás escapando o distrayéndote en otra parte.
Estás realmente centrado en lo que haces, pero no lo haces de una manera compulsiva, rígida o egocéntrica. Es algo que haces con cuidado, como un arte en el que confías, con el que te sientes cómodo, haciéndolo con suavidad.
Y eventualmente, lo que empieza a suceder, porque en la atención plena del cuerpo estás trabajando directamente con la energía corporal, es que aplicas una cualidad particular de respuesta hacia esa energía, y la energía del cuerpo comienza a brillar.
Y si estás atento, puedes percibirlo: “Sí, me siento bastante bien ahí. Por un momento me sentí libre.” Y otra vez: “Al exhalar, siento mis manos, siento esta sensación de liberación, oh, eso es lo bueno.”
Entonces reconoces ese tono, y comienzas a jugar con él, a invitarlo, a inclinarte hacia él, a respirarlo, a dejar que tus emociones se ajusten a él, que tus actitudes se alineen con él.
Te das cuenta de que no es una experiencia de “ir y golpear el blanco”, sino un juego recíproco. Haces algo, pero también tienes que escuchar, como cuando tocas un instrumento en una orquesta. Afinas tu instrumento, pero también escuchas los tonos que regresan.
Cuando permaneces en sintonía con eso, esto se vuelve fundamental. Y no lo haces solo mediante un esfuerzo voluntario del tipo: “Voy a generar éxtasis ahora” o “Tengo que sentir éxtasis, pero no puedo”, o “Soy un ser sin éxtasis porque no me esfuerzo lo suficiente.” Tampoco es eso.
No se trata de hacer de ello un blanco que debas acertar. Si comprendes que se trata de gozo, de una sensación de facilidad, de escuchar internamente y captar algo sutil, eso realmente ayuda a entender cómo estableces la atención plena, de qué trata realmente la atención plena.
Porque la atención plena es esa capacidad de mantener algo presente en la mente. Te enfocas en un tema particular, como el cuerpo, el estado de ánimo, o la respiración, inhalando y exhalando, todo el cuerpo. Te enfocas claramente en un tema particular. Es una especie de sentido objetivo: “esto, esto, esto”, eso es lo que quieres. Es como tocar el piano: no quieres golpear cualquier nota, tienes que tocar esa tecla. Así que sigues “ta-ta-ta-ta”, pero desafortunadamente, cuando tomas esto como una información en bruto, piensas que eso es todo lo que hay que hacer — simplemente “toc, toc, toc” — y no escuchas realmente.
Porque eso, de algún modo, se da por supuesto. Tal vez, cuando el Buda dice que eres consciente de un cuerpo cuando está muerto, y eres consciente de él cuando lleva muerto cinco días — ese es un ejemplo muy crudo de atención plena.
No estás simplemente diciendo “ajá”; estás percibiendo algo, ¿verdad? O eres consciente del miedo, o del amor, o del odio. La atención plena establece el límite: “No reacciones ante esto, no huyas de ello, simplemente permanece con ello.”
Pero también implica sentir: “Ah, esto es lo que se siente con el miedo”, […] Así que realmente recibes algo con ello. Esa es la cualidad de sati, o plena conciencia.
Así que eso es algo inherente a la atención plena: que efectivamente captarás algo.
Lo que puede ocurrir, especialmente en algunas técnicas de mindfulness, es que uno se centra tanto en “acertar siempre en el objetivo, llegar a ese punto exacto de la respiración o del cuerpo, mantenerlo sin fallar” que no recibe el mensaje de “escucha”.
De hecho, la mente empieza a tensarse y contraerse en un punto donde ya no es receptiva, porque hay demasiado énfasis en asegurarse de acertar en ese pequeño punto cada vez. Y si no lo haces, crees que está mal y vuelves a empezar.
Eso no te llevará al éxtasis (pīti). Puede que no aparezca, porque solo te tensas.
Ahora bien, esto no quiere decir “hazlo de cualquier manera, sin cuidado”. Se trata más bien de que estás apuntando, afinando.
¿Y qué percibes con eso, especialmente en este nivel más sutil, en cómo te está afectando? “¿Cómo estoy con esto? ¿Estoy forzando demasiado? ¿Estoy dando muy poco? ¿Realmente no estoy presente? ¿Simplemente no estoy interesado?”
Tienes que aprender estas cosas: ¿qué es lo que realmente me interesa en esto? ¿Qué puedo sentir de forma plena y atenta? Eso te ayuda a determinar en qué meditar y cómo hacerlo.
No tiene sentido tratar de obligar a tu mente a “comer una cena” que no quiere comer; no lo va a hacer.
[…]
Así que te sintonizas con ciertos aspectos del objeto de meditación a los que puedes conectarte más profundamente, dependiendo de cuán amplia sea tu atención.
Y todo esto es algo que debes descubrir por ti mismo. El cuerpo no establece una definición estrecha; en realidad, tiene un alcance bastante amplio.
Incluso con la respiración, que es el objeto más refinado, no se dice que debas concentrarte en la nariz, o en el abdomen, o en el pecho. Simplemente, sé consciente de que estás inhalando y exhalando.
[…]
Porque, al abrirte, al comenzar a establecer esta melodía, este tema de la respiración, que en realidad es sanador, un proceso de refrescamiento y regeneración, el hogar de la energía, lo estableces y lo extiendes a través de todo el cuerpo.
Empiezas a extenderlo hacia partes del cuerpo con las que tal vez no conectas habitualmente.
Y no solo partes como los dedos, los pies o las orejas, sino las energías dentro del cuerpo que apenas notas, o los estados del cuerpo que no sueles sentir.
Quizás te sientes un poco tenso — “Ah, qué curioso, ¿dónde está eso?” — y lo encuentras en el cuello o en los hombros. Pero, en realidad, es una tensión general, una sensación de contracción o retraimiento.
O puede que sientas partes del cuerpo un poco entumecidas, o demasiado activas, es decir, las energías suben todo el tiempo, o zigzaguean, y no te habías dado cuenta.
Así que no estás accediendo solo al cuerpo físico o anatómico, sino al mapa energético del cuerpo.
Y comienzas a impregnar toda esa experiencia con un sentido rítmico y purificador, ese es el tema: calmar, equilibrar y estabilizar.
De modo que tienes algo que comienza siendo voluntario, estás observando conscientemente la respiración, pero luego lo llevas a un nivel involuntario, y aparece esa mezcla.
Porque, en cierto modo, determinas hacerlo: dices, “Ahora seré consciente de todo el cuerpo.”
Entonces amplías tu atención para incluir todo el cuerpo, no solo el dominio material, sino también las energías sutiles del cuerpo, para incluir eso, y respiras a través de todo ello.
Respirando dentro y fuera a través de todo eso, hay una manera de nivelar, purificar y estabilizar la energía del cuerpo.
Y eso es realmente terapéutico, porque incluso cuando físicamente estás a un nivel material burdo puedes estar energéticamente bastante hecho polvo. Pasas mucho tiempo con aparatos electrónicos y cachivaches, viendo la tele, mirando un ordenador, o incluso los efectos emocionales pueden dejarte a la defensiva, tenso o agotado, porque, como dije antes, el cuerpo y la mente no están separados. Así que cuando tienes efectos emocionales potentes, también afectan la energía de tu cuerpo.
[…]
Creo que la clave de ese modo corporal de afrontarlo es en realidad evitas las historias — especialmente cuando el efecto procede sobre todo de fuentes emocionales, como sentirte muy magullado porque alguien fue muy desagradable contigo hoy.
[…]
Así que puedes realmente golpear esa materia emocional y empezar a desencadenar todas las respuestas emocionales-conceptuales y las confusiones alrededor de estas cosas. A menudo la ira es sólo una forma en la que la energía intenta restablecerse, así que tienes esa sensación de erizarse, tratando de recuperar tu energía. En el plano emocional eso puede sentirse como “la próxima vez que la vea, le doy una buena somanta”, lo cual no es algo que queramos seguir, por fortuna.
Entonces te dices “no, no hago eso”, y surgen esas corrientes cruzadas emocionales, y la cosa no se resuelve. Si vas al sentido corporal de afinidad no tienes que preocuparte de quién lo hizo o por qué, ni de cómo eres tú, ni de cómo son los demás, ni de la vida en general; es simplemente la sensación de “un poco arrugado, un poco magullado.” Vale, respiremos dentro y fuera en eso. Es más simple, en cierto modo.
Pero, por supuesto, el inconveniente es: encuentras tu cojín, haces tu práctica, abres los ojos, te pones a caminar y a hablar con la gente, y has salido de esa experiencia corporal sutil hacia las maneras emocionales-conceptuales en las que normalmente nos relacionamos. No solemos ir por ahí percibiendo el aura corporal de los demás — quizá deberíamos, sintonizar y disfrutar de la radiancia y las luminosidades — pero por lo general nos relacionamos emocional y verbalmente. Así que vuelves a ese lugar, y has dejado el lugar donde estabas lleno y radiante y bien, y vuelves a este otro lugar de tu sistema, y pasa lo mismo.
El samādhi es como una experiencia de profundidad; no tiene mucha extensión, por lo que no necesariamente la llevas al dominio social. No puedes estar socialmente en samādhi — no es una experiencia social. Entonces llegas al plano social pensando, “Dios, estas personas estropean mi samādhi — yo estaba bien solo, tengo que lidiar con estas personas entrometidas”, y vuelves a tu viejo estado emocional gruñón — probablemente más gruñón que nunca. Puedes santificarlo diciendo “me estorban mi samādhi, me molestan”, y entonces vuelves a estar irritable o temeroso porque no has tratado realmente ese dominio.
Es difícil pasar de un lugar realmente interno a las apariencias; las apariencias confunden, ¿no? Realmente parece que hay cosas ahí fuera y que somos sistemas diferentes. Es difícil retener la cualidad de esa calma cuando el sentido del mundo te dice “ahora esto es muy separado; tú estás ahí fuera y yo aquí dentro; somos personas diferentes”. Cuando estás en samādhi todo se mezcla en uno — eres una especie de ser bondadoso, nadie te molesta, nada más existe — y luego llegas a este nivel y de repente todo son pedazos y trozos otra vez y te entra la sensación de “¿estoy bien? ¿qué pensarán? ¿va a hacer ella esto? ¿y mañana qué?” Nada ha ocurrido aún y ya empiezas a ponerte tenso por la mera posibilidad.
A veces en un retiro empiezas a pensar en el día siguiente: “¡Dios mío, el trayecto con tráfico, la gente verá a mi suegra!” — olvídalo. No te preocupes por eso, vuelve a la respiración.
Aquí es donde todo lo del brahmavihāra es tan importante — y no es solo el “sé amable con la gente”; va muy profundo. Contemplas la parte mental o emotiva de tu experiencia.
[…]
Así que cuando practicas los brahmavihāras, estás trabajando justo con este ámbito.
Si lo tomamos de forma simplista, podríamos pensar:
“Bueno, la bondad amorosa significa bondad amorosa para mí — quiero ser feliz, quiero que todo sea compasivo conmigo.”
Pero eso es una forma muy simplista y bastante burda de verlo.
En realidad se trata de:
“¿Puedo tener esta sensación de empatía con el panorama completo de lo que percibo como mi ‘yo mismo’?”
El amor y la bondad hacia mí mismo, como hacia los demás, es la expresión hacia eso — y “eso” no es el “yo”; es el sentido general del sí mismo.
No significa que tenga que gustarme “yo”, sino que es un sentido en el que todos los aspectos de mí — las partes de las que me avergüenzo, las partes que se sienten inadecuadas, las partes útiles, buenas y positivas — y todas las partes de “lo mío”, todas las cosas que se me hacen — estoy realmente en paz con eso; no me confunde.
Aquí es donde trabajas con mettā y karuṇā — la bondad amorosa y la compasión.
[…]
No estás tratando de desarrollar tus habilidades para lanzar dardos o remar — no estás mirando cosas particulares que haces, sino el sentido general de hacia dónde me está llevando mi vida, lo cual puedes percibir en cualquier momento.
Tu sentido general, que a veces proviene de circunstancias externas y otras de programaciones internas.
Muchas de nuestras actividades voluntarias pueden ser maneras de intentar alejarnos de esa sombra involuntaria que sentimos sobre nosotros mismos — ese sentido de inadecuación, de “no ser lo bastante bueno”.
Así que piensas: “Aprenderé francés, haré pesas, practicaré buceo — algo donde sienta que avanzo, que soy capaz.”
Pero no lo logras, ¿verdad? La sombra continúa — en el fondo no estás bien con eso.
Así que no puedes tratar estas cosas solo en el nivel del “yo” — o, ya sabes, comiendo pasteles de crema o algo así para animarte, que es lo que mucha gente tiende a hacer […].
Y eso tiene sus efectos, pero no el efecto profundo sobre ese sentido de decepción, ese sentimiento de “nunca ser del todo suficiente”.
Sostén simplemente esa sensación, que no es algo específico — esa tonalidad general — y, wow, ¿cómo es simplemente estar con esa sensación?
“Y que esto esté bien.”
Esa no aversión, esa amabilidad hacia esa sensación — ahí es donde realmente profundizas.
Esto en realidad te lleva a un nivel muy profundo de la mente.
Eso equivale realmente a la experiencia corporal que se alcanza en el samādhi.
Realmente conducen al mismo lugar: a ese tipo de sentido involuntario al que normalmente no accedemos, pero que está ahí detrás, y gran parte de nuestra vida se pasa compensándolo, o haciendo cosas para evitar entrar en él, o sin estar del todo seguros de él.
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Pero también la comprensión de cómo trabajar con ese lugar: no se trata de ir allí y quedar atrapado dando vueltas en un sentimiento de impotencia.
De eso tratan realmente estos procesos de práctica profunda.
Se trata de impregnar, tanto el samādhi como los brahmavihāras consisten en impregnar la totalidad.
Eso significa que no estás apuntando a un objeto particular para definirlo (“eso es un pensamiento”, “eso es una sensación”), sino que estás sintiendo la energía de ello.
La energía no se puede definir: es una impregnación de la experiencia.
No estás definiendo las cosas por su forma externa — “esto es un pensamiento”, “un estado de ánimo”, “una sensación”, o incluso “un pensamiento bueno”, “un pensamiento malo.”
Estás sintiendo la energía de ello: esto se eriza, esto se calienta, esto se hunde, esto se encoge, esto irradia.
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Y te enfocas en eso, y extiendes esa energía simplemente manteniendo el enfoque a través de todo el campo.
Es una apertura de la mente y una impregnación de energía que ocurre en un nivel sutil.
Así es como se hace.
Y cuando comprendes la energía con la que trabajas, tienes una percepción mucho más clara de cómo hacerlo y de qué estás manejando.
Porque la energía misma no es completamente voluntaria, pero puede inducirse.
Tiene que ver con el entusiasmo, la bendición, la emanación, la expansión, la radiación, el cuidado, la presencia — es ese tipo de cualidad.
Es un sentido relacional.
Y esto es realmente lo que desarrollamos en la meditación.
Para eso, debes tener la sensación de que no solo estás reaccionando a objetos particulares, sino viendo cómo te relacionas con ellos.
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En mi caso, la mayor parte del tiempo consiste, en realidad, en cambiar quién soy… cambiar mi enfoque hacia la vida: de estar ahí fuera como “yo, el hacedor, el bloque de carne”, a convertirme en algo que es receptivo, y luego en algo que puede permitirse ser involuntario.
En otras palabras, no estar al mando de las cosas, no estar haciendo, sino simplemente recibir, sentir, percibir y confiar en eso.
De esta forma, comienza a establecerse en el patrón de tu vida una comprensión más amplia: estás menos ocupado, menos preocupado por los acontecimientos y por tus acciones, y mucho más en sintonía con cómo tu ser es afectado y equilibrado en relación con los dominios interno y externo.
☸ Texto leído y traducido al español por KarunaPura a partir de las enseñanzas de Ajahn Sucitto (Forest Sangha – Monasterio Amaravati).

